sábado, 27 de junio de 2015

LECTIO DIVINA

Práctica de la Lectio Divina



P. Antonio González Callizo, S.J.

Ex Secretario Nacional del Apostolado de la Oración




Este modo de orar consiste en la lectura orante de la Palabra de Dios.
Una escala espiritual con cuatro peldaños de subida y cuatro de bajada.





Lectio Una preparación que se hace antes del tiempo propio de la oración. Antes de acostarme, para la oración matinal del día siguiente, o unos minutos antes de la oración. Trato de entender: Qué dice realmente el texto en sí y en el contexto próximo y remoto; la estructura literaria del texto; el sentido de las palabras; lo que se repite, etc.

MeditatioConsiste en repetir vocalmente una frase o un grupo de palabras con sentido. Si estoy solo, escucho lo que repite mi voz. (Como se practica al aprender otro idioma)
Se repite una y otra vez vocalmente en voz baja, hasta que la Palabra de Dios me interpele o me traiga resonancias de otros textos bíblicos y me brote el diálogo con Dios, tal vez con otras palabras de la Sagrada Escritura… Y esto será ya el peldaño siguiente.

Oratio
Hablar con Dios. Un hablar vocal o silencioso, cargado con diversos afectos: alabanza, agradecimiento, aflicción, arrepentimiento, súplica, abandono en Dios, etc. El peldaño siguiente será:

Consolatio
Es la acción del Espíritu Santo Paráclito. Cuando el alma se inflama en amor de Dios. Cuando no se puede amar a nada ni a nadie si no es según Dios y en Dios. Cuando hay lágrimas por amor de nuestro Señor; por el dolor de los pecados, por la Pasión de Cristo… Todo aumento de fe, esperanza y caridad. Toda alegría interna que llama y atrás a la perfección y santidad de la propia vida, con quietud y paz espiritual (Véase Nº 316. Ejercicios Espirituales de S. Ignacio) Este estado espiritual me lleva a la “discretio”.

Discretio
Es el discernimiento espiritual de las mociones experimentadas en la oración, para poder descubrir las que vengan de Dios, buscando que lo que Dios desea de mi sea también mi propio deseo. Así podré elegir lo mismo que Dios ha elegido y desea de mi.

DeliberatioSopesado bien todo lo precedente y lo que me dicte la recta razón iluminada por la gracia, tomo una decisión plenamente consciente y preveo los medios para llevarla a la práctica.

Actio
Consiste en llevar a la práctica lo decidido. Revisar el cumplimiento de lo decidido y la eficacia de los medios propuestos.

Es un método que viene de la tradición de los monjes benedictinos.


¿Cómo entrar en oración?

Se puede entrar siguiendo el método propuesto por San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales.

Hago un acto de fe de que estoy en la presencia de Dios: Dios me mira, me escucha y me ama. Este acto de fe puede ir acompañado de un acto de reverencia con el cuerpo, por ejemplo, arrodillándome.

Trato de serenarme interiormente (San Ignacio dice: “Composición viendo el lugar”). Trato de fijar la imaginación en algo concorde con la materia objeto de la meditación.

Hago una petición, por ejemplo:
“Conocimiento interno de ti, para que mejor te ame y te siga”
“Qué toda mi vida interior y exterior esté plenamente ordenada a tu servicio y alabanza, buscando mi santificación y la salvación de todos”
“Alegrarme y gozarme internamente de tanta gloria del Señor resucitado…”


¿Cómo salir de la oración?

Un coloquio de despedida o con María o con Jesús, o con las tres Divinas Personas. Y un breve examen de cómo me ha ido en la oración: cuál ha sido la acción de Dios, para darle gracias, y mi modo de proceder durante la oración, para conocer y poner en práctica lo que más me ayude durante la oración. Y tomo algunas decisiones para llevar a la práctica los frutos de la oración. Y pido la ayuda de Dios para cumplirlas.

viernes, 26 de junio de 2015

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (I): EXPLICACIONES DOCTRINALES

La devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a Jesús. Al esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.
(1) El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón
La naturaleza de esta cuestión es ya de por si compleja y las dificultades que nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin profundizar en términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las ideas en si mismas y, con el fin de pronto saber dónde estamos, nos detendremos en el significado y en el uso que se da a la palabra corazón en el lenguaje normal.

(a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional Tal relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jr 31, 33; Dt 6, 5; 29, 3; Is 29, 13; Ez 36, 26; Mt 6, 21; 15, 19; Lc 8, 15; Rm 5, 5; Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como "abrir nuestro corazón", "entregar el corazón", etc. Llega a pasar que el símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la palabra alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae a la mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real, mientras que la metáfora es sólo un signo verbal. El símbolo es algo que significa algo distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para dar a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el lenguaje normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias a una forma muy natural de hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al Sagrado Corazón.
(b) El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica "Haurietis Aquas", 18,21,24, N.T.).
De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al Sagrado Corazón tal y como la entiende y aprueba la Iglesia. Y lo mismo se puede decir de la devoción al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su corazón de carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una palabra tomada en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón de carne, y uno espiritual, el que es representado y traído a la mente por el corazón de carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos dos elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la existencia de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S. León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica nos. 479, 609. N.T.).

(c) La devoción está basada totalmente en el simbolismo del corazón. Es este simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda admirablemente completada al ser representado el corazón como herido. Como el Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible de su amor, la herida visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida de su amor ("Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza", Catecismo de la Iglesia Católica, 1439, N.T.). Ese simbolismo también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar especial, poco está interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las imágenes del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría negativamente la devoción al debilitar la evidencia del simbolismo. Es de primera importancia que el corazón como emblema se pueda distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado Corazón es necesario un corazón visible, pero éste debe ser, además de visible, simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología, porque el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real, viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida moral de Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a partir de las operaciones de nuestra propia vida humana, jugó igual papel en las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta representa. Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida de Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos porqué preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del corazón se funda en la realidad y que constituye el objeto de nuestra devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error.
(d) El corazón es, antes que nada, el emblema del amor y es precisamente esa característica la que define naturalmente a la devoción al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra parte, es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un "gran corazón" siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean sinónimas sino porque la palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y esto es posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia vida moral y emocional. Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta su Corazón, el Jesús amante y amable. Jesús entero queda recapitulado en su Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús.
(e) Tal entrega a Jesús, amante y amable, lleva al devoto a darse cuenta que su divino amor ha sido y continúa siendo rechazado. Dios continuamente se lamenta de ello en las Sagradas Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese amor no correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se quejó de ello amargamente.
(f) Este amor se manifiesta claramente en Jesús y en su vida, y únicamente ese amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y la Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción que, buscando a Jesús y los signos de su amor y su gracia, los encuentra aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.
(g) Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al "Corazón que tanto ha amado a los hombres", según las palabras citadas por Santa Margarita María.
(h) Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado. Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Igesia Católica, No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda costa, sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores. Algunos, por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el amor humano, concluyen que no puede simbolizar el amor divino que, a su vez, no es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción debiera circunscribirse solamente al amor creado.
(2) Fundamentos de la devoción
Esta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el teológico y el científico.

(a) Fundamentos históricos
Al aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió en las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de ellas, examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María podían ser falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola menos digna o firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó principalmente bajo la influencia del movimiento que se inició en Paray-le-Monial. Antes de su beatificación, las visiones de Santa Margarita María fueron críticamente examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales casos, aunque no es infalible, sí implica una certeza humana suficiente para garantizar las palabras y acciones que se sigan de él.

(b) Fundamentos teológicos
El Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a su persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le considera de ese modo, y Pio VI, en su bula de 1794, "Auctorem fidei", defendió con su autoridad este aspecto de la devoción contra las calumnias jansenistas. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. No se requiere justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona de Jesús a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad. Jesús, la manifestación viviente de la bondad de Dios y de su amor paternal; Jesús, infinitamente amable y amante, visto desde la principal manifestación de su amor, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo que lo es de toda la religión cristiana. La dificultad reside en la unión del corazón y el amor, y en la relación que la devoción supone que existe entre ambos. Pero, ¿no es esto un error que ya ha sido superado hace mucho?. Sólo queda por ver si la devoción, bajo este aspecto, está bien fundamentada.

(c) Fundamentos filosóficos y científicos
En este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el órgano del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para la cual basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe duda: sí hay una vinculación real entre el corazón y las emociones. Nadie niega el hecho de que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos que el corazón se convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos. Un estudio de esta especie de resonancia sería muy interesante, pero no le hace falta a la devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia diaria; un hecho del cual la medicina puede dar razones y explicar las condiciones, pero que no es parte del presente estudio, ni su objeto requiere ser conocido por nosotros.
(3) El acto propio de la devoción
El objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que la devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción al amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor propio de la devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.

jueves, 25 de junio de 2015

SÍNTESIS DE LA FE CRISTIANA



 

CREDO - Profesión de Fe

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra,
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor;
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,  y al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso
y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados,
en la resurrección de la carne, en la vida eterna. AMEN


 Mandamientos de la Ley de Dios

1.-   Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo
2.-   No jurar el santo nombre de Dios en vano
3.-   Santificar las fiestas
4.-   Honrar padre y madre
5.-   No matar
6.-   No cometer adulterio, no fornicar, ni actos impuros
7.-   No robar
8.-   No levantar falsos testimonios ni mentir
9.-   No desear la mujer de tu prójimo
10.- No codiciar los bienes ajenos

Mandamientos de la Iglesia

1.- Oír Misa todos los Domingos y Fiestas de guardar
2.- Confesar los pecados al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar
3.- Comulgar por lo menos una vez al año
4.- Ayuno y abstinencia cuando lo manda la Iglesia
5.- Ayudar a la Iglesia en sus necesidades


Sacramentos de la Iglesia
1.- Bautismo
2.- Confirmación
3.- Penitencia
4.- Eucaristía
5.- Matrimonio
6.- Orden sacerdotal
7.- Unción de los enfermos 


Obras de Misericordia

SON 14: 7 CORPORALES Y 7 ESPIRITUALES

LAS  OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES, SON 7

1.- Dar de comer al hambriento
2.- Dar de beber al sediento
3.- Vestir al desnudo
4.- Dar posada al peregrino
5.- Visitar a los enfermos
6.- Visitar a los encarcelados
7.- Enterrar cristianamente a los difuntos

LAS  OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES, SON 7

1.- Enseñar al que no sabe
2.- Dar buen consejo al que lo necesita
3.- Corregir con caridad al que se equivoca
4.- Perdonar las injurias y menosprecios
5.- Consolar al triste y al afligido
6.- Sufrir con paciencia las adversidades y ofensas de nuestros prójimos
7.- Rezar por los vivos y  por los difuntos


 Las Bienaventuranzas

1.- Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos
2.- Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra
3.- Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados
4.- Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados
5.- Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia
6.- Bienaventurados los limpios y puros de corazón porque ellos verán a Dios
7.- Bienaventurados los que buscan la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios
8.- Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los cielos

El Pecado

Pecado grave es la trasgresión voluntaria de la Ley de Dios (10 Mandamientos) en materia grave. El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la Ley de Dios; aparta al hombre de Dios. Se requieren tres condiciones: que haya materia grave, pleno conocimiento  y deliberado consentimiento de la voluntad

PECADOS CAPITALES: SON 7                 VIRTUDES CONTRARIAS: SON 7
1.- Soberbia                                                   1.- Humildad
2.- Avaricia                                                     2.- Generosidad
3.- Lujuria                                                        3.- Castidad
4.- Ira                                                               4.- Paciencia
5.- Gula                                                           5.- Templanza
6.- Envidia                                                      6.- Caridad
7.- Pereza                                                       7.- Laboriosidad


Las Virtudes Teologales
FE, ESPERANZA Y CARIDAD

Las Potencias del Alma 

MEMORIA, ENTENDIMIENTO Y VOLUNTAD 



Las Virtudes Morales        

PRUDENCIA, JUSTICIA, FORTALEZA Y TEMPLANZA

Las Dones del Espíritu Santo

1. Sabiduría. 2. Entendimiento. 3. Consejo. 4. Fortaleza. 5. Ciencia. 6. Piedad. 7. Temor de Dios.


Los Frutos del Espíritu Santo

Caridad. Gozo. Paz. Paciencia. Longanimidad. Bondad. Benignidad. Mansedumbre. Fidelidad. Modestia. Continencia. Castidad.

Los Sentidos Corporales

1. Ver. 2. Oír. 3. Gustar. 4. Oler. 5. Tocar


Los Enemigos del Alma

1. Demonio. 2. Mundo de las Tinieblas. 3. Concupiscencia de la carne; Vanidad de los ojos; Vanidad de las riquezas. 

Las Postrimerías

Son aquellos acontecimientos que han de ocurrir al final de los tiempos:Muerte, Resurrección de los muertos, Juicio Final Universal. Salvación eterna y Condenación eterna.

Las Obligaciones de todo cristiano

Todo cristiano ha sido bautizado para conseguir, con la ayuda de la gracia de Cristo, la salvación eterna. Para ello debe amar, obedecer y servir a Dios en todas las cosas; practicar las obras de misericordia; cumplir los 10 Mandamientos y vivir la caridad fraterna como nos lo enseñó nuestro Señor Jesucristo.
P. Ignacio Garro, S.J.

JESÚS DE NAZARET (I): EL MISTERIO DE CRISTO







 
El Misterio de Cristo
La Redención del pecado en su realización histórica 






A través de las siguientes publicaciones pasaremos a explicar la Vida y la Obra de Jesucristo. 

Comenzamos con una palabra clave en la Historia de la Salvación: “La plenitud de los tiempos”, estas palabras significan el tiempo elegido por Dios Padre para comunicarnos y revelarnos la Salvación por medio de su Hijo Jesucristo: “en el cual (Cristo) se encuentran escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de  la ciencia”, nos dice S. Pablo en Col 2,3. Por ello vamos a ver este paso tan importante de  nuestra fe con máximo interés.

 “Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad, Efes 1, 9, por medio de Cristo, su Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, puede los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina, Efes, 2,18; 2 Petr 1, 4.” Concilio Vaticano II, Const. “Dei Verbum” Nº 2.

“Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas: “Ahora en esta época nos ha hablado por el Hijo” Hebr 1, 1-3. Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios, Jn 1, 1-18. Jesucristo, Palabra hecha carne ”hombre enviado a los hombres”, habla las palabras de Dios, Jn3, 34, y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó, Jn 5, 36; 17,4. Quien ve a Jesucristo ve al Padre, Jn 14, 9. Jesucristo con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna”. Const. “Dei Verbum” Nº 4.

1.1. LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS. La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo

«Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal 4, 4-5). He aquí «la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1, 1): Dios ha visitado a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia; lo ha hecho más allá de toda expectativa: El ha enviado a su «Hijo amado» (Mc 1, 11).

Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha «salido de Dios» (Jn 13, 3), «bajó del cielo» (Jn 3, 13; 6, 33), «ha venido en carne» (1 Jn 4, 2), porque «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia» (Jn 1, 14. 16).

Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por S. Pedro, Cristo ha construido su Iglesia.


1.2. "Anunciar... la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3,8)

La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en El. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hech 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo.


1.3. En el centro del Evangelio: CRISTO


«En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros.
Evangelizar es descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo». El fin de la catequesis: «conducir a la comunión con Jesucristo: sólo El puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad». 

«En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa palabra de Jesús: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16)»

El que está llamado a «enseñar a Cristo» debe por tanto, ante todo, buscar esta «ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo»; es necesario «aceptar perder todas las cosas... para ganar a Cristo, y ser hallado en él» y «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 8-11). 

De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de «evangelizar», y de llevar a otros al «sí» de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo de la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de Jesús: Cristo, Hijo de Dios, Señor. 

A continuación los principales misterios de la vida de Cristo: los de su encarnación, los de su Pascua, es decir, pasión – muerte y resurrección,  y por último, los de su glorificación.


1.4. JESÚS

Jesús quiere decir en hebreo: «Dios salva». En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión. Ya que «¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?» (Mc 2, 7); es El quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre «salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). En Jesús, Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los hombres.

El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación  de tal forma que «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12).

La Resurrección de Jesús glorifica el nombre de Dios Salvador porque de ahora en adelante, el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder soberano del «Nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9). Los espíritus malignos temen su Nombre  y en su nombre los discípulos de Jesús hacen milagros porque todo lo que piden al Padre en su Nombre, él se lo concede.


1.5. CRISTO

Cristo viene de la traducción griega del término hebreo «Mesías» que quiere decir «ungido», o, “consagrado”, traducido al latín: “Christus”al castellano:Cristo. No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque El cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. Jesucristo es una palabra  que está compuesta de dos nombres: Jesús = el que salva, el Salvador; y Cristo = el Ungido, o, consagrado de Dios, es decir = El Ungido de Dios que salva.

En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de El. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y, excepcionalmente, de los profetas. 

Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote, pero también como profeta. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre «que ha bajado del cielo» (Jn 3, 13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). 

Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz. Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hech 2, 36).


1.6. HIJO ÚNICO DE DIOS

Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles, al pueblo elegido, a los hijos de Israel y a sus reyes. Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular. Cuando el Rey - Mesías prometido es llamado «hijo de Dios», no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel, quizá no quisieron decir nada más.

No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), porque Este le responde con solemnidad «no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). 

Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco: «Cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles...» (Gal 1, 15-16). «Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios» (Hch 9, 20). Este será, desde el principio, el centro de la fe apostólica profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia
Si Pedro pudo reconocer el carácter trascendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste lo dejó entender claramente: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”, Mt 16, 17. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus acusadores: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?», Jesús ha respondido:«Vosotros lo decís: yo soy» (Lc 22, 70). 

Ya mucho antes, El se designó como el «Hijo» que conoce al Padre, que es distinto de los «siervos» que Dios envió antes a su pueblo, superior a los propios ángeles. Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás«nuestro Padre», salvo para ordenarles «vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro» (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: «Mi Padre y vuestro Padre» (Jn 20, 17).

Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su «Hijo amado». Jesús se designa a sí mismo como «el Hijo Unico de Dios» (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna. Pide la fe en «el Nombre del Hijo Unico de Dios» (Jn 3, 18). 

Esta confesión cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús en la cruz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39), porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título «Hijo de Dios».
 
Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: «Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos» (Rm 1, 4). Los apóstoles podrán confesar «Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14).


1.7. SEÑOR


El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título «Señor»para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios.

El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 109, pero también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles. A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.

Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de El socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino Jesús.
En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!» (Jn 21, 7).

La oración cristiana está marcada por el título «Señor», ya sea en la invitación a la oración «el Señor esté con vosotros», o en su conclusión «por Jesucristo nuestro Señor» o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza:«Marana tha» «¡el Señor viene!”, o «Marana tha»«¡Ven, Señor!», (1 Cor 16, 22): «¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc 22, 20).
P. Ignacio Garro, S.J.