28. Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 27 de agosto de 1989
Domingo 27 de agosto de 1989
28. Vigésima octava Letanía:Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra, ten piedad de nosotros
«Cor Iesu, vita et resurrectio nostra»
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra
1. Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón, fuerte y convencida como un acto de fe, encierra en una frase lapidaria todo el misterio de Cristo Redentor; nos recuerda las palabras dirigidas por Jesús a Marta, afligida por la muerte de su hermano Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá" (Jn 11, 25).
Jesús es la vida que brota eternamente de la divina fuente del Padre: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios... En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1, 1.4).
Jesús es vida en Sí mismo: "Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5, 26). En el íntimo ser de Cristo, en su Corazón, la vida divina y la vida humana se unen armónicamente, en plena e inseparable unidad.
Pero Jesús es también vida para nosotros. "Dar la vida" es el objetivo de la misión que Él, Buen Pastor, recibió del Padre: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
2. Jesús es también la resurrección. Nada es tan radicalmente contrario a la santidad de Cristo ―el Santo del Señor (cf. Lc 1, 35; Mc 1, 24)― como el pecado; nada es tan opuesto a Él, fuente de vida, como la muerte.
Un vínculo misterioso une pecado y muerte (cf. Sb 2, 24; Rm 5, 12; 6, 23 etc.): ambas son realidades esencialmente contrarias al proyecto de Dios sobre el hombre, que no fue hecho para la muerte, sino para la vida. Ante toda expresión de muerte, el Corazón de Cristo se conmovió profundamente, y por amor al Padre y a los hombres, sus hermanos, hizo de su vida un "prodigioso duelo" contra la muerte (Misal Romano, Secuencia de Pascua): con una palabra restituyó la vida física a Lázaro, al hijo de la viuda de Naín, a la hija de Jairo; con la fuerza de su amor misericordioso devolvió la vida espiritual a Zaqueo, a María Magdalena, a la adúltera y a cuantos supieron reconocer su presencia salvadora.
3. Hermanos y hermanas: Nadie como María ha experimentado que el Corazón de Jesús es "vida y resurrección":
De Él, vida, María recibió la vida de la gracia original y, en la escucha de su palabra y en la observación atenta de sus gestos salvíficos, pudo custodiarla y nutrirla.
Por Él, resurrección, Ella fue asociada de modo singular a la victoria sobre la muerte: el misterio de su Asunción en cuerpo y alma al cielo es el consolador documento de que la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte se prolonga en los miembro de su Cuerpo Místico, y, como primero entre todos, en María, "miembro excelentísimo" de la Iglesia (Lumen gentium, 53).
Glorificada en el cielo, la Virgen está, con su corazón de Madre, al servicio de la redención obrada por Cristo. "Madre de la vida", está cerca de toda mujer que da a luz un hijo; está al lado de toda fuente bautismal donde, por el agua y por Espíritu (cf. Jn 3, 5) nacen los miembros de Cristo; "Salud de los enfermos", está donde la vida se consume afectada por el dolor y la enfermedad; "Madre de misericordia", Ella llama a quien ha caído bajo el peso de la culpa para que vuelva a las fuentes de la vida; "Refugio de pecadores", señala a quienes se habían alejado de Él, el camino que conduce a Cristo: "Virgen dolorosa" junto al Hijo que muere (cf. Jn 19, 25), Ella está donde la vida se apaga.
Invoquémosla con la Iglesia "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
29. Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra.
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 3 de septiembre de 1989
Domingo 3 de septiembre de 1989
29. Vigésima novena Letanía:Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra, ten piedad de nosotros.
«Cor Iesu, pax et reconciliatio nostra».
«Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra, ten piedad de nosotros».
1. Queridos hermanos y hermanas:
Rezando con fe esta hermosa invocación de las letanías del Sagrado Corazón, un sentimiento de confianza y de seguridad se difunde en nuestro espíritu: Jesús es de verdad nuestra paz, nuestra suprema reconciliación.
Jesús es nuestra paz. Es bien conocido el significado bíblico del término "paz": indica, en síntesis, la suma de los bienes que Jesús, el Mesías, ha traído a los hombres. Por esto, el don de la paz marca el inicio de su misión sobre la tierra, acompaña su desarrollo y constituye su coronamiento. "Paz" cantan los ángeles junto al pesebre del recién nacido "Príncipe de la Paz" (cf. Lc 2, 14; Is 9, 5). " Paz" es el deseo que brota del Corazón de Cristo, conmovido ante la miseria del hombre enfermo en el cuerpo (cf. Lc 8, 48) o en el espíritu (cf. Lc 7, 50). "Paz" es el saludo luminoso del Resucitado a sus discípulos (cf. Lc 24, 36; Jn 20, 19. 26), que Él, en el momento de dejar esta tierra, confía a la acción del Espíritu, manantial de "amor, alegría, paz" (Ga 5, 22).
2. Jesús es, al mismo tiempo, nuestra reconciliación. Como consecuencia del pecado se produjo una profunda y misteriosa fractura entre Dios, el Creador, y el hombre, su creatura. Toda la historia de la salvación no es más que la narración admirable de las intervenciones de Dios en favor del hombre a fin de que éste, en la libertad y en el amor, vuelva a Él; a fin de que a la situación de fractura suceda una situación de reconciliación y de amistad, de comunión y de paz.
En el Corazón de Cristo, lleno de amor hacia el Padre y hacia los hombres, sus hermanos, tuvo lugar la perfecta reconciliación entre el cielo y la tierra: "Fuimos reconciliados con Dios ―dice el Apóstol― por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Quien quiera hacer la experiencia de la reconciliación y de la paz, debe acoger la invitación del Señor y acudir a Él (cf. Mt 11, 28). En su Corazón encontrará paz y descanso; allí, su duda se transformará en certidumbre; el ansia, en quietud; la tristeza, en gozo; la turbación, en serenidad. Allí encontrará alivio al dolor, valor para superar el miedo, generosidad para no rendirse al envilecimiento y para volver a tomar el camino de la esperanza.
3. El Corazón de la Madre es en todo semejante al Corazón del Hijo. También la Bienaventurada Virgen es para la Iglesia una presencia de paz y de reconciliación: ¿No es Ella quien, por medio del ángel Gabriel, recibió el mayor mensaje de reconciliación y de paz que Dios haya jamás enviado al género humano? (cf. Lc 1, 26-38).
María dio a luz a Aquel que es nuestra reconciliación; Ella estaba al pie de la cruz cuando, en la sangre del Hijo Dios reconcilió "con Él todas las cosas" (Col 1, 20); ahora, glorificada en el cielo tiene ―como recuerda una plegaria litúrgica― "un corazón lleno de misericordia hacia los pecadores, que, volviendo la mirada a su caridad materna, en Ella se refugian e imploran el perdón" de Dios (cf. Misal, Prefacio De Beata Maria Virgine).
Que María, Reina de la Paz, nos obtenga de Cristo el don mesiánico de la paz y la gracia de la reconciliación, plena y perenne, con Dios y con los hermanos. Por esto la imploramos.
30. Corazón de Jesús, víctima de los pecadores
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 10 de septiembre de 1989
Domingo 10 de septiembre de 1989
30. Trigésima Letanía:Corazón de Jesús, víctima de los pecadores, ten piedad de nosotros.
«Cor Iesu, victima peccatorum».
«Corazón de Jesús, víctima de los pecadores».
1. Muy queridos hermanos y hermanas:
Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón nos recuerda que Jesús, según la palabra del Apóstol Pablo, "fue entregado por nuestros pecados" (Rm 4, 25); pues, aunque Él no había cometido pecado, "Dios le hizo pecado por nosotros" (2 Co 5, 21). Sobre el Corazón de Cristogravó, enorme, el peso del pecado del mundo.
En Él se cumplió de modo perfecto la figura del "cordero pascual", víctima ofrecida a Dios para que en el signo de su sangre fuesen librados de la muerte los primogénitos de los hebreos (cf. Ex12, 21-27). Por tanto, justamente Juan Bautista reconoció en Él al verdadero "cordero de Dios" (Jn 1, 29): cordero inocente, que había tomado sobre sí el pecado del mundo para sumergirlo en las aguas saludables del Jordán (cf. Mt 3, 13-16 y paralelos); cordero manso, "al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda" (Is 53, 7), para que por su divino silencio quedase confundida la palabra soberbia de los hombres inicuos.
Jesús es víctima voluntaria, porque se ofreció "libremente a su pasión (Misal Romano, Plegaria eucarística II), como víctima de expiación por los pecados de los hombres (cf. Lv 1, 4; Hb 10, 5-10) que consumió en el fuego de su amor.
2. Jesús es víctima eterna. Resucitado de la muerte y glorificado a la derecha del Padre, Élconserva en su cuerpo inmortal las señales de las llagas de las manos y de los pies taladrados, del costado traspasado (cf. Jn 20, 27; Lc 24, 39-40) y los presenta al Padre en su incesante plegaria de intercesión a favor nuestro (cf. Hb 7, 25; Rm 8, 34).
La admirable Secuencia de la Misa de Pascua, recordando este dato de nuestra fe, exhorta:
"A la víctima pascual
elevemos hoy el sacrificio de alabanza.
El cordero ha redimido a su grey.
El inocente nos ha reconciliado a nosotros pecadores con el Padre"
(Secuencia Victimae Paschali, estrofa 1).
Y el prefacio de esa misma solemnidad proclama: Cristo es "el verdadero cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida".
3. Hermanos y hermanas: En esta hora de la plegaria mariana hemos contemplado el Corazón de Jesús víctima de nuestros pecados; pero antes que todos y más profundamente que todos lo contempló su Madre dolorosa, de la que la liturgia canta: "Por los pecados del pueblo Ella vio a Jesús en los tormentos del duro suplicio" (Secuencia Stabat Mater, estrofa 7).
En la proximidad de la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa, recordemos esta presencia intrépida e intercesora de la Virgen bajo la cruz del Calvario, y pensemos con inmensa gratitud que, en aquel momento, Cristo, que estaba para morir, víctima de los pecados del mundo, nos la confió como Madre: "Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19, 27).
Confiemos a María nuestra plegaria, mientras decimos a su Hijo Jesús:
Corazón de Jesús,
víctima de nuestros pecados,
acoge nuestra alabanza,
la gratitud perenne,
el arrepentimiento sincero.
Ten piedad de nosotros
hoy y siempre. Amén.
víctima de nuestros pecados,
acoge nuestra alabanza,
la gratitud perenne,
el arrepentimiento sincero.
Ten piedad de nosotros
hoy y siempre. Amén.
31. Corazón de Jesús, salvación de los que en Ti esperan
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 17 de septiembre de 1989
Domingo 17 de septiembre de 1989
31. Trigésima primera Letanía:Corazón de Jesús, salvación de los que en Ti esperan, ten piedad de nosotros.
«Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan, ten piedad de nosotros».
1. A esta hora del Ángelus detengámonos durante algunos instantes para reflexionar sobre esa invocación de las letanías del Sagrado Corazón que dice: "Corazón de Jesús, salvación de los que en ti esperan, ten piedad de nosotros".
En la Sagrada Escritura aparece constantemente la afirmación según la cual el Señor es "un Dios que salva" (cf. Ex 15, 2; Sal 51, 16; 79, 9; Is 46, 13) y la salvación es un don gratuito de su amor y de su misericordia. El Apóstol Pablo, en un texto de alto valor doctrinal, afirma incisivamente: Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4; cf. 4, 10).
Esta voluntad salvífica, que se ha manifestado en tantas intervenciones admirables de Dios en la historia, ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret, Verbo Encarnado, Hijo de Dios e Hijo de María, pues en Él se ha cumplido con plenitud la palabra dirigida por el Señor a su "Siervo": "Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra" (Is49, 6; cf. Lc 2, 32).
2. Jesús es la epifanía del amor salvífico del Padre (cf. Tt 2, 11; 3, 4). Cuando Simeón tomó en sus brazos al niño Jesús, exclamó: "han visto mis ojos tu salvación" (Lc 2, 30).
En efecto, en Jesús todo está en función de su misión de Salvador: el nombre que lleva ("Jesús" significa "Dios salva"), las palabras que pronuncia, las acciones que realiza y los sacramentos que instituye.
Jesús es plenamente consciente de la misión que el Padre le ha confiado: "el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). De su corazón, es decir, del núcleo más íntimo de su ser, brota ese celo por la salvación del hombre que lo impulsa a subir, como manso cordero, al monte del Calvario, a extender sus brazos en la cruz y a "dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45).
3. En el Corazón de Cristo podemos, por tanto, colocar nuestra esperanza. Ese Corazón ―dice la invocación― es salvación "para los que esperan en Él". El Señor mismo que, la víspera de su pasión, pidió a los Apóstoles que tuvieran confianza en Él ―"No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí" (Jn 14, 1)― hoy nos pide a nosotros que confiemos plenamente en Él: nos lo pide porque nos ama; porque, para nuestra salvación, tiene su Corazón traspasado y sus pies y manos perforados. Quien confía en Cristo y cree en el poder de su amor renueva en sí la experiencia de María Magdalena, como nos la presenta la liturgia pascual: "Cristo, esperanza mía,ha resucitado" (Domingo de Pascua, Secuencia).
¡Refugiémonos, por consiguiente, en el Corazón de Cristo! Él nos ofrece una palabra que no pasa (cf. Mt 24, 25), un amor que no desfallece, una amistad que no se resquebraja, una presencia que no cesa (cf. Mt 28, 20).
Que la Bienaventurada Virgen, "que acogió en su corazón inmaculado al Verbo de Dios y mereció concebirlo en su seno virginal" (cf. Prefacio de la Misa votiva: de la Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia) nos enseñe a poner en el corazón de su Hijo nuestra total esperanza, con la certeza de que ésta no quedará defraudada.
32. Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 5 de noviembre de 1989
Domingo 5 de noviembre de 1989
32. Trigésima segunda Letanía:Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren, ten piedad de nosotros.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. La reciente conmemoración de todos los fieles difuntos nos invita hoy a contemplar, bajo una luz de fe y de esperanza, la muerte del cristiano, para la que las Letanías del Sagrado Corazón ―objeto de nuestras reflexiones en anteriores encuentros dominicales― nos ponen en los labios la invocación: "Corazón de Jesús, esperanza de los que en ti mueren, ten piedad de nosotros".
La muerte forma parte de la condición humana; es el momento terminal de la fase histórica de la vida. En la concepción cristiana, la muerte es un paso: de la luz creada a la luz increada, de la vida temporal a la vida eterna.
Ahora bien, si el Corazón de Cristo es la fuente de la que el cristiano recibe luz y energía para vivir como hijo de Dios, ¿a qué otra fuente se dirigirá para sacar la fuerza necesaria para morir de modo coherente con su fe? Como "vive en Cristo", así no puede menos de "morir en Cristo".
La invocación de las letanías recoge la experiencia cristiana ante el acontecimiento de la muerte: el Corazón de Cristo, su amor y su misericordia, son esperanza y seguridad para quien muere en Él.
2. Pero conviene que nos detengamos un momento a preguntarnos: ¿Qué significa "morir en Cristo"? Significa ante todo, amadísimos hermanos y hermanas, leer el evento desgarrador y misterioso de la muerte a la luz de la enseñanza del Hijo de Dios y verlo, por ello, como el momento de la partida hacia la casa del Padre, donde Jesús, pasando también Él a través de la muerte, ha ido a prepararnos un lugar (cf. Jn 14, 2); es decir significa creer que, a pesar de la destrucción de nuestro cuerpo, la muerte es premisa de vida y de fruto abundante (cf. Jn 12, 24).
"Morir en Cristo" significa, además, confiar en Cristo y abandonarse totalmente a Él, poniendo en sus manos ―de hermano, de amigo, de buen Pastor― el propio destino, así como Él, muriendo, puso su espíritu en las manos del Padre (cf. Lc 23, 46). Significa cerrar los ojos a la luz de este mundo en la paz, en la amistad, en la comunión con Jesús, porque nada, "ni la muerte ni la vida... podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). En aquella hora suprema, el cristiano sabe que, aunque el corazón le reproche algunas culpas, el Corazón de Cristo es más grande que el suyo y puede borrar toda su deuda si él está arrepentido (cf. 1 Jn 3, 20).
3. "Morir en Cristo" significa también, queridos hermanos y hermanas, fortificarse para aquel momento decisivo con los "signos santos" del "paso pascual": el sacramento de la Penitencia, que nos reconcilia con el Padre y con todas las creaturas; el santo Viático, Pan de vida y medicina de inmortalidad; y la Unción de los enfermos, que da vigor al cuerpo y al espíritu para el combate supremo.
"Morir en Cristo" significa, finalmente, "morir como Cristo" orando y perdonando; teniendo junto a sí a la bienaventurada Virgen. Como madre, Ella estuvo junto a la cruz de su Hijo (cf. Jn 19, 25); como madre está al lado de sus hijos moribundos, Ella que, con el sacrificio de su corazón, cooperó a engendrarlos a la vida de la gracia (cf. Lumen gentium, 53); está al lado de ellos, presencia compasiva y materna, para que del sufrimiento de la muerte nazcan a la vida de la gloria.
33. Corazón de Jesús, delicia de todos los santos
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 12 de noviembre de 1989
Domingo 12 de noviembre de 1989
33. Trigésima tercera Letanía: Corazón de Jesús, delicia de todos los santos, ten piedad de nosotros.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. La Iglesia se alegra hoy por la glorificación de dos de sus hijos: Inés de Bohemia y Alberto Chmielowski. Estos dos santos se van a añadir a aquella "muchedumbre inmensa" que la liturgia nos ha invitado a contemplar en la reciente solemnidad de Todos los Santos. Ante un espectáculo tan exaltante sube espontáneamente a los labios la invocación de las letanías: "Corazón de Jesús, gozo de todos los santos, ten piedad de nosotros".
De la esperanza al cumplimiento, del deseo a la realización, de la tierra al cielo: este parece ser, amadísimos hermanos y hermanas; el ritmo según el cual suceden las tres últimas invocaciones de las letanías del Sagrado Corazón. Tras las invocaciones "salvación de los que en ti esperan", y "esperanza de los que en ti mueren", las letanías concluyen dirigiéndose al Corazón de Jesús como "gozo de todos los santos". Es ya visión de paraíso: es anotación veloz acerca de la vida del cielo; es palabra breve que abre horizontes infinitos de bienaventuranza eterna.
2. Sobre esta tierra el discípulo de Jesús vive en la espera de alcanzar a su Maestro, en el deseo de contemplar su rostro, en la aspiración ardiente de vivir siempre con él. En el cielo, en cambio, cumplida la espera, el discípulo ya ha entrado en el gozo de su Señor (cf. Mt 25, 21. 23); contempla el rostro de su Maestro, ya no transfigurado durante un solo instante (cf. Mt 17, 2; Mc9, 2; Lc 9, 28), sino resplandeciente para siempre con el fulgor de la eterna luz (cf. Hb 1, 3); vive con Jesús y de la misma vida de Jesús.
La vida del cielo no es más que la fruición perfecta, indefectible e intensa, del amor de Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- y no es más que la revelación total del ser íntimo de Cristo, y la comunicación plena de la vida y del amor que brotan de su Corazón. En el cielo los bienaventurados ven satisfecho todo deseo, cumplida toda profecía, aplacada toda sed de felicidad, y colmada toda aspiración.
3. Por eso el Corazón de Cristo es la fuente de la vida de amor de los santos: en Cristo y por medio de Cristo los bienaventurados del cielo son amados por el Padre, que los une a Sí con el vínculo del Espíritu, divino Amor; en Cristo y por medio de Cristo, ellos aman al Padre y a los hombres, sus hermanos, con el amor del Espíritu.
El Corazón de Cristo es el espacio vital de los bienaventurados: el lugar donde ellos permanecen en el amor (cf. Jn 15, 9), sacando de él gozo perenne y sin límite. La sed infinita de amor, misteriosa sed que Dios ha puesto en el corazón humano, se apaga en el Corazón divino de Cristo.
Allí se manifiesta en plenitud el amor del Redentor hacia los hombres, necesitados de salvación; del Maestro hacia los discípulos, sedientos de verdad: del Amigo que anula las distancias y eleva a los siervos a la condición de amigos, para siempre, en todo. El intenso deseo, que sobre la tierra se manifestaba en la súplica "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20), ahora, en el cielo, se transforma en visión cara a cara, en posesión tranquila, en fusión de vida: de Cristo en los bienaventurados y de los bienaventurados en Cristo.
Elevando hacia ellos la mirada del alma y contemplándolos en torno a Cristo juntamente con su Reina, la Virgen Santísima, nosotros repetimos hoy, con firme esperanza, la alegre invocación: "¡Corazón de Jesús, gozo de todos los santos, ten piedad de nosotros!".
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