miércoles, 2 de marzo de 2016

COMENTARIO AL SALMO 1- SAN AGUSTÍN

SALMO 1

1. [v. 1] Dichoso el hombre que no siguió el consejo de los impíos. Este pasaje se debe aplicar a nuestro Señor Jesucristo, al Señor en cuanto hombre. Dichoso el hombre que no siguió el consejo de los impíos. Justo lo contrario de lo que hizo el hombre terrenal: al contemporizar con su esposa, engañada por la serpiente, pasó por alto las ordenanzas del Señor. Ni se detuvo en la senda de los pecadores. Es una realidad que Cristo vino por la senda de los pecadores, al nacer igual que los pecadores. Pero no se detuvo en ella porque no le ataban los halagos del mundo. Ni tomó asiento en el trono de la peste. No quiso el reino temporal, inseparable del orgullo. Resulta muy apropiada la expresión trono de la peste, ya que casi nadie está exento de la ambición de mando, ni de las apetencias de gloria humana. En efecto, la peste es una epidemia que se propaga a lo largo y a lo ancho y que acaba por invadirlo todo o casi todo. Recurriendo a una aplicación más acomodaticia, el trono de la peste es equiparable a las enseñanzas y doctrinas perniciosas, cuyo lenguaje se extiende como el cáncer. Por último, vamos a prestar atención a la serie verbal siguió, se detuvo, se sentó. Aquel hombre terrenal siguió al apartarse de Dios; se detuvo, al hallar complacencia en el pecado; tomó asiento cuando, tras reafirmarse en su orgullo, se vio incapacitado para dar marcha atrás, de no haberle liberado Aquel que ni siguió en el consejo de los impíos, ni se detuvo en la senda de los pecadores, ni se sentó en el trono de la peste.

2. [v. 2] Sino que su gozo estuvo en la ley del Señor, y en su ley recapacitará día y noche. En expresión del Apóstol, la ley no ha sido instituida para el justo2. Pero una cosa es cierta: no es lo mismo estar en la ley que estar bajo la ley. Quien está en la ley actúa de acuerdo con la ley, pero el que está bajo la ley va a remolque de la ley. El primero es un hombre libre, el segundo, un esclavo. Por otra parte, una cosa es la ley escrita, que resulta ser una imposición para el súbdito, y otra cosa la ley que contempla con su alma quien no precisa la escrita. Recapacita día y noche: este día y esta noche pueden significar algo ininterrumpido: de día, con gozo; de noche, en medio de pesares. Por un lado lo prueban estas palabras: Abrahán se regocijó contemplando mi día, mientras que, por otro, al hablar de los sinsabores, alega: Hasta de noche me han recriminado mis riñones.

3. [v. 3] Y será como un árbol plantado al borde de la corriente. Es decir, en primer lugar, al borde de la corriente de la Sabiduría misma que se dignó acoger al hombre en vistas a nuestra salvación, para que este hombre sea un árbol plantado junto a corrientes de agua. Esto puede englobarse en el sentido expresado en otro salmo: El río de Dios rebosa de agua. En segundo término, al borde de la corriente del Espíritu Santo, en atención al cual se dice: Él mismo os bautizará en el Espíritu santo y también: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, y el otro texto: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide agua, tú se la habrías pedido a él, y él te daría agua viva, agua que si alguien llega a beber, nunca volverá a tener sed, sino que se convertirá en él en surtidor de agua que brota hasta la vida eterna. Por último, junto a las corrientes de agua puede interpretarse al borde de los pecados de los pueblos, puesto que el Apocalipsis equipara a los pueblos con las aguas. Y sin recurrir al absurdo, corriente o curso es un deslizarse, algo propio del delito. Consiguientemente, aquel árbol, es decir, nuestro Señor, procedente de la corriente de las aguas, o sea, de los pueblos pecadores, por el hecho de atraerlos al camino, a las raíces de su disciplina, dará fruto, es decir, constituirá iglesias; a su tiempo, es a saber, una vez glorificado mediante su resurrección y ascensión al cielo. Porque fue entonces, tras el envío del Espíritu Santo a los apóstoles, una vez que los reafirmó en su confianza en él y los envió a los pueblos, cuando produjo el fruto que son las iglesias. Y jamás se amustiará su follaje. Quiere decir que su palabra no será nunca desvirtuada. En efecto, toda carne es hierba, y toda gloria humana es como flor del heno. Se secó el heno y cayó la flor, mas la palabra del Señor permanece por siempre. Y todo lo que hace le sale bien: todo lo que produce aquel árbol. Este todo hay que interpretarlo de manera global: frutos y hojas, es decir, hechos y dichos.

4. [v. 4] No así los impíos, no así. Ellos son como el polvo que el viento arrebata de la superficie de la tierra. La acepción que aquí se da a la palabra tierra equivale a la estabilidad personal en Dios, según la cual se dice: El Señor es el lote de mi herencia, y mi heredad es magnífica para mí. Y también: Espera en el Señor y guarda su camino, y te exaltará de modo que poseas la tierra. E igualmente: Dichosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra en herencia. El origen del símil estriba en este hecho: al igual que esta tierra visible nutre y conserva al hombre exterior, así también aquella tierra invisible al hombre interior. De la faz de esta tierra ?invisible? se lleva el viento al impío. El viento equivale a la soberbia porque hincha. En evitación de ésta, el quese embriagaba de la abundancia de la casa de Dios y bebía del torrente de sus delicias, se expresa así: Que el pie del orgullo no me alcance. El orgullo precisamente eliminó de esta tierra a aquel que dijo: Por encima del aquilón pondré mi sede y me asemejaré al Altísimo. De la faz de esta tierra se llevó también a aquel que, tras haber consentido y gustado del árbol prohibido para ser como Dios, se ocultó del rostro de Dios. La pertenencia de esta tierra al hombre interior, por un lado, y, por otro, la expulsión de ella de este hombre interior por culpa del orgullo, hallan su máxima expresión en el pasaje: ¿Por qué se enorgullece el que es tierra y ceniza, si ya en su vida ha arrojado sus intimidades?17 Por consiguiente, no es absurdo decir que él se arrojó a sí mismo de allí de donde fue arrojado.

5. [v. 5] Por eso, en el juicio los impíos no se levantarán. Es evidente que no lo harán, porque son como polvo que arrebata el viento de la faz de la tierra. Y se ha expresado correctamente al decir que se les expropia de aquello que los orgullosos más ambicionan: la facultad de juzgar. Este mismo pensamiento se expresa con mayor claridad en el pasaje siguiente: Ni los pecadores en la asamblea de los justos. Siguiendo este sistema, suele repetirse en plan complementario lo que ya se ha dicho con anterioridad. Según eso, hay una equivalencia entre pecadores e impíos y la expresión en la asamblea de los justos mencionada aquí equivale a la expresión en el juicio, formulada antes. Y en el supuesto de que una cosa sean los impíos y otra los pecadores, de modo que, aunque todo impío sea pecador, no todo pecador es impío, en el juicio los impíos no se levantarán, es decir, se levantarán ciertamente, pero no para ser juzgados, dado que ya han recibido su destino: un castigo categórico e incuestionable; en cambio, los pecadores no se levantarán en la asamblea de los justos, es decir, para juzgar, sino a lo sumo para ser juzgados. Y esto hasta el punto de aplicarles el texto siguiente: La calidad de la obra de cada cual la probará el fuego. Si la obra de uno, se mantiene en pie, percibirá la recompensa. Mas aquel cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.

6. [v. 6] Porque el Señor conoce el camino de los justos. Analógicamente a como se dice que la medicina conoce la salud, pero no conoce las enfermedades, y sin embargo las enfermedades se diagnostican mediante las técnicas de la medicina, puede decirse asimismo que el Señor conoce el camino de los justos, mientras que no conoce el camino de los impíos. Por supuesto que Dios no desconoce nada. Sin embargo, a los pecadores les dice: No os conozco. Pero el camino de los impíos acabará mal. Este pasaje equivale a la expresión: El Señor no conoce el camino de los impíos. Pero ha hecho mayor hincapié en que ser desconocido de Dios equivale a acabar mal, y ser conocido del Señor equivale a subsistir. De este modo, el ser es algo vinculado al conocimiento de Dios, mientras que el no ser está vinculado a su desconocimiento. En efecto, es el Señor mismo quien dice: Yo soy el que soy, así como: El que es me ha enviado.

Traducción: José Cosgaya García, OSA

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