SALMO 4
1. [v. 1] Para el fin, salmo cántico de David. Cristo es el fin de la ley, para que la justificación se dé a todo el que cree. Este fin denota perfección, no consumación. Podemos analizar si todo cántico equivale a salmo, o más bien si todo salmo es cántico; si hay algunos cánticos que no caben dentro de la denominación de salmo o algunos salmos que no pueden calificarse de salmos. De todos modos, hay que prestar atención a las Escrituras, no sea que cántico denote alegría. A su vez reciben el nombre salmos los textos que se cantan acompañados del salterio. La historia nos cuenta que el profeta David se sirvió de este instrumento con una gran carga de simbolismo. Pero no es éste el lugar adecuado para tratar estos temas, pues exigen una larga investigación y una exposición prolongada. Vamos a centrarnos ahora en estas palabras introductorias en una doble vertiente: como palabras del Hombre-Señor después de la resurrección, o como palabras del hombre que cree y espera en él dentro de la Iglesia.
2. [v. 2] Cuando le invoqué, me escuchó el Dios de mi justicia. Cuando le invoqué, dice, me escuchó el Dios de quien procede mi justicia. En el aprieto me diste anchura. Desde las congojas que produce la tristeza me condujiste a la anchura de los gozos. Tribulación y congoja sobre todo hombre que comete el mal. No tiene congojas en el corazón, aunque sus perseguidores se las promueven desde fuera, el que afirma: Nos gozamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, hasta el pasaje: el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. En cuanto al cambio de persona, si la transición brusca de la tercera, donde dice escuchó, a la segunda, donde dice me diste anchura, no obedece a razones de variedad o de eufonía, nos causa extrañeza un hecho: por qué trató primero de presentar a los hombres algún indicio de que le habían escuchado, para luego volver a recurrir a quien le estaba escuchando. A no ser que, al indicar cómo le había escuchado en esta anchura del corazón, prefiriera hablar con Dios, para poner también de relieve con esta actitud en qué consiste el ensanchamiento del corazón, es decir, en tener ya a Dios derramado en el corazón, a ese Dios con el que está hablando en intimidad. Este pasaje se aplica personalmente a aquel que recibe la iluminación al creer en Cristo. Pero en lo que respecta a la persona del Hombre-Señor, al que asumió la Sabiduría de Dios, no acabo de ver el ensamblaje o coherencia de este texto. Porque de hecho este Hombre-Señor nunca se vio abandonado de esta Sabiduría. Pero al igual que este ruego suyo es más bien indicio de nuestra debilidad, así también puede que el mismo Señor sea portavoz de sus fieles desde este repentino ensanchamiento del corazón. Él se impuso a sí mismo representarlos también cuando dijo: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber, etc. Por consiguiente también en este pasaje puede decir me diste anchura en calidad de portavoz de uno de sus pequeñuelos que habla con Dios y que tiene el amor de Dios derramado en el corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Ten piedad de mí y escucha mi oración. ¿Por qué vuelve a rogar, si ya ha dado muestras de que le han escuchado y le han dado anchura? ¿Lo ha hecho por nosotros, de quienes se dice: Si esperamos algo que no vemos, con paciencia lo esperamos? ¿O ruega para que en el que ha creído tenga culminación lo que ya tuvo comienzo?
3. [v. 3] Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo vais a ser pesados de corazón? Pase que hayáis persistido en vuestro error, dice, hasta la venida del Hijo de Dios. Pero, ¿por qué seguís siendo pesados de corazón? ¿Cuándo vais a poner coto a vuestras mentiras, si no lo hacéis en presencia de la Verdad? ¿Por qué amáis la falsedad y buscáis el engaño? ¿Por qué pretendéis ser dichosos a base de realidades de porte rastrero? Sólo la Verdad hace dichosos. La Verdad por la que son verdaderas todas las cosas. Lo demás es vanidad de gente frívola y todo vanidad. ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos con que se afana bajo el sol? ¿Por qué os quedáis estancados en el amor de las cosas temporales? ¿Por qué vais a la zaga de las realidades ínfimas estimándolas como superiores, si todas ellas son vanidad y mentira? Lo que de hecho estáis anhelando es que todas esas realidades que pasan como la sombra sean estables a vuestro lado.
4. [v. 4] Y sabedlo: el Señor hizo admirable a su santo. ¿A qué santo se refiere sino a aquel a quien resucitó del sepulcro y colocó a su derecha en el cielo? Se trata de un reproche dirigido al género humano para que, de una vez por todas, se aparte del amor de este mundo y se vuelva a él. Y si alguien se siente extrañado de la conjunción copulativa "y" sabedlo, no le costará mucho observar que este tipo de locución bíblica resulta familiar al lenguaje en que se expresaron los profetas. Con relativa frecuencia nos encontramos con pasajes que se inician así: Y le dijo el Señor, y le fue dirigida la palabra del Señor. Esta conjunción copulativa, al no mediar un pasaje anterior que pueda estar en conexión con el siguiente, constituye quizá una sugerencia estupenda para indicar que la expresión oral de la verdad está íntimamente ligada a aquella visión que tiene lugar en el corazón. Aunque, de todos modos, cabe la posibilidad de expresarnos aquí, como en el pasaje anterior: ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis el engaño? La expresión está estructurada como para decir: No améis la vanidad ni busquéis el engaño. Redactada así, la expresión que sigue es impecable: Y sabedlo: el Señor hizo admirable a su santo. Pero hay un diapsalma intercalado que constituye un obstáculo para unir las dos proposiciones. Algunos pretenden que se trata de un término hebreo que significa "hágase", otros dicen que es una palabra griega, indicación de intervalo en el canto. Según eso, psalma es lo que se canta, diapsalma es silencio en el canto. Análogamente, se denominasynpsalma a la conjunción de voces en el canto, y diapsalma es la disyunción de estas voces, donde aparece una especie de pausa, como continuación de la disyunción. Sea lo uno o lo otro, o incluso una hipótesis distinta, no hay duda de que lo más verosímil es que el sentido queda interrumpido cuando hay un diapsalma intercalado, quedando el texto siguiente sin vinculación alguna con el anterior.
5. El Señor me escuchará cuando le invoque. Lo que aquí se nos recomienda, a mi modo de entender, es implorar la ayuda de Dios con un gran anhelo en el corazón, es decir, con un grito interior e incorpóreo. En realidad, al igual que hay que felicitarse por la iluminación durante este vida, así hay que orar por el descanso después de la vida. En consecuencia, hay que interpretar este mensaje en una doble vertiente: o aplicándolo a la persona del creyente que evangeliza, o a la persona del mismo Señor. Y hay que hacerlo como si dijera: El Señor os escuchará cuando gritéis.
6. [v. 5] Enojaos y no pequéis. Surgía, en efecto, una objeción: ¿Quién es digno de que le escuchen? ¿Cómo se las arregla el pecador para que su invocación al Señor no sea algo inútil y frustrante? En consecuencia el texto dice: Enojaos y no pequéis. Este pasaje admite una doble posibilidad interpretativa. Primero: aunque os enojéis, no pequéis, es decir, si eventualmente aparece en vosotros ese sentimiento anímico que no es posible controlar y que es culpa del pecado, que al menos la mente racional no dé su consentimiento. Esa mente racional que está regenerada por dentro según Dios de modo que con ella servimos a la ley de Dios, en caso de estar todavía al servicio de pecado según la carne. Segundo: haced penitencia, es decir, enojaos contra vosotros mismos de vuestro pasado pecaminoso, y dejad de pecar. Lo que decís en vuestros corazones, se sobreentiende: decidlo. El sentido completo sería: lo que decís, decidlo en vuestros corazones, es decir, no seáis como aquella gente de quien se dijo: Me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Compungíos en vuestras alcobas. Equivale a lo que ya se ha dicho: en vuestros corazones. Estas son las alcobas donde el Señor nos aconseja que oremos dentro con las puertas cerradas. Compungíos, pues, puede indicar una referencia al dolor de la penitencia, de modo que el alma se duela castigándose para no verse atormentada, tras la condenación por el juicio de Dios, o bien puede ser una referencia a la acción de despertarse, para estar en vela y poder contemplar la luz de Cristo, mediante una especie de estímulos. Por otra parte, hay quien opina que es preferible la lectura abríos a compungíos, porque en el salterio griego se halla el verbo katanughte que es una alusión a aquel ensanchamiento del corazón, destinado a la acogida del amor derramado por el Espíritu Santo.
7. [v. 6-7] Ofreced el sacrificio de justicia y esperad en el Señor. Idéntica expresión se halla en otro salmo: Sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado. Por eso no resulta un disparate considerar que ese sacrificio de justicia es el mismo quese realiza a través de la penitencia. ¿Hay algo más justo que el hecho de que cada cual se enoje por sus propios pecados y no por los ajenos y que se sacrifique ante Dios aplicándose un castigo? ¿O es que el sacrificio de justicia son las obras justas subsiguientes a la penitencia? El diapsalma intercalado nos insinúa tal vez ?no es absurdo pensarlo- un tránsito de la vida vieja a la vida nueva. De este modo, una vez extinguido, o al menos debilitado el hombre viejo por medio de la penitencia, se ofrece a Dios un sacrificio de justicia en consonancia con el renacimiento del hombre nuevo. Esto ocurre cuando el alma misma, ya purificada y limpia, se ofrece formalmente y se sitúa en el altar de la fe para verse rodeada del fuego divino, es decir, del Espíritu Santo. Por consiguiente, el sentido es éste: Sacrificad el sacrificio de justicia y esperad en el Señor, o sea, vivid bien y esperad el don del Espíritu Santo para que la verdad en que habéis creído os ilumine.
8. [v. 7] De todos modos, este esperad en el Señor está expresado de una manera un tanto misteriosa. ¿Cuál es el objeto de la espera, sino el bien? Pero como cada cual pretende pedirle a Dios el bien que ama, y como, por otra parte, no resulta nada fácil encontrar personas que amen los bienes interiores, o sea, tocantes al hombre interior -los únicos que hay que amar, porque del resto sólo hay que hacer uso para subvenir las necesidades perentorias, no para recabar gozo-, tras haber dicho esperad en el Señor, sorprendentemente añadió: Hay muchos que dicen: ¿quién nos hará ver el bien? Este apóstrofe y esta pregunta se la formulan a diario todos los tontos y malvados por dos motivos: primero, porque anhelan la paz y la tranquilidad de la vida mundana y no la encuentran a causa de la degeneración de la raza humana, teniendo al mismo tiempo la osadía de criticar la situación real del mundo cuando, arropados en sus propios merecimientos, estiman que cualquier tiempo pasado fue mejor. Segundo, cuando dudan o desesperan de la vida futura que nos está prometida y repiten con machaconería: ¿Quién sabe si todo eso es verdad? ¿Quién ha vuelto de entre los muertos para decirnos que todo eso es así? De manera espléndida, pero en síntesis, el profeta ha puesto de relieve a los que tienen una visión interior cuáles son los bienes que deben constituir objeto de su búsqueda, dando respuesta a la pregunta de aquellos que dicen: ¿quién nos hará ver el bien? Y sigue diciéndoles: La luz de tu rostro, Señor, está grabada en nosotros. Esta luz es el bien total y auténtico del hombre, oculta a los ojos, pero visible a la razón. Y dijo grabada en nosotros, usando el símil de las monedas, que llevan acuñada la efigie del rey. En efecto, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero la echó a perder con el pecado. Por tanto, el bien verdadero y eterno del hombre es troquelar esa moneda mediante la regeneración, o sea, volviendo a nacer. Creo, por lo demás, que viene como anillo al dedo lo que algunos observaron muy sagazmente, esto es, lo que dijo el Señor al inspeccionar la moneda del César: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Viene a ser algo así: lo mismo que el César os exige las monedas troqueladas con su imagen, lo propio hace Dios. Al igual que al primero hay que darle su moneda, así a Dios hay que darle el alma iluminada y acuñada con la luz de su rostro. Has puesto en mi corazón la alegría. No deben buscar fuera esta alegría quienes, siendo aún pesados de corazón, aman la falsedad y buscan el engaño. Deben buscarla dentro, donde está grabada la imagen de tu rostro. Cristo habita en el hombre interior, en expresión del Apóstol. Competencia de Cristo es ver la verdad, pues fue él quien dijo: Yo soy la verdad. Por otra parte, cuando Cristo hablaba en el Apóstol, al decir éste: ¿Es que andáis buscando la prueba de que Cristo habla por mí?, por supuesto que no hablaba fuera, sino en el corazón mismo, es decir, en aquella estancia donde hay que orar.
9. [v. 8-9] Pero los hombres que van en pos de las realidades temporales -y realmente son muchos-, al no ser capaces de ver dentro de sí mismos los bienes auténticos y garantizados, no saben sino repetir: ¿Quién nos hará ver el bien? Por eso se expresa así en el siguiente pasaje: Desde la campaña de su trigo, de su vino y de su aceite se han multiplicado. No está de más el posesivo su, ya que también hay un trigo de Dios, pues es el pan vivo bajado del cielo. También hay un vino de Dios: Se embriagarán con la abundancia de tu casa. Y hay un aceite de Dios, del que se dice: Me unges la cabeza con aceite perfumado. Todo este montón de personas que dicen: ¿Quién nos hará ver el bien?, sin ver que el reino de Dios está dentro de ellos, se han multiplicado a partir de las campañas de su trigo, de su vino y de su aceite. Pero multiplicación no siempre equivale a abundancia. No es raro que muchas veces signifique escasez. El alma entregada a los placeres temporales está continuamente devorada por los apetitos y es incapaz de saciarse. Por otra parte, distorsionada por múltiples pensamientos raquíticos, se ve imposibilitada para ver el bien puro y simple. Le pasa lo que a aquella otra: Un cuerpo corruptible hace pesada el alma y esta choza de barro oprime el espíritu que piensa en múltiples cosas. Esta alma, en medio del acabamiento y reemplazo de los bienes temporales, es decir, desde las campañas de su trigo, de su vino y de su aceite, invadida de fantasías sin cuento, se ha multiplicado de tal modo que se siente incapacitada para hacer lo que está mandado: Pensad rectamente del Señor y buscadle con simplicidad de corazón. En efecto, esta simplicidad es el polo opuesto de aquella sencillez o simplicidad. Por eso, dejando a un lado a todos aquellos que son del montón y que se han multiplicado sobre la base del apetito de realidades temporales, y que andan repitiendo ¿quién nos hará ver el bien?, ese bien, no hay que buscarle con los ojos fuera, sino dentro, en la sencillez del corazón. Entonces es cuando el hombre creyente salta de gozo diciendo: En paz me iré a dormir y enseguida me sumiré en el sueño. De este tipo de creyentes se espera un extrañamiento total de las realidades mortales y un olvido de las miserias de este siglo. Extrañamiento y olvido que hallan expresión profética adecuada en las palabras dormir y sueño allí donde ningún ruido puede perturbar la paz suprema. Pero en esta vida no somos beneficiarios de esta paz; tenemos que esperar a disfrutar de ella después de la muerte. Las expresiones en tiempo futuro nos lo dicen bien a las claras. El texto no dice: "Me dormí y me sumí en el sueño", ni "duermo y me sumo en el sueño" sino me iré a dormir y me sumiré en el sueño. Será entonces cuando este cuerpo corruptible se revestirá de incorruptibilidad y este cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad. Será entonces cuando la muerte quedará absorbida por la victoria. Precisamente en esto se basan aquellas palabras: Si esperamos algo que no vemos, con paciencia lo esperamos.
10. [v. 10] Por todo ello, en un contexto coherente, concluye: Porque tú, Señor, de un modo singular has hecho que yo viva en la esperanza. No ha dicho harás, sino hiciste. Consiguientemente, en quien existe esta esperanza, existirá también el objeto o contenido de esta esperanza. La expresión de modo singular está bien traída. Puede constituir un argumento válido contra el montón de los que, multiplicados desde las campañas de su trigo, de su vino y de su aceite, andan diciendo ¿quién nos hará ver el bien? Esta multiplicidad es algo perecedero, mientras que la singularidad la detentan los santos de quienes se dice en los Hechos de los Apóstoles: El numeroso grupo de creyentes tenía un alma sola y un solo corazón. Por tanto, si lo que realmente anhelamos es unirnos al único Dios y Señor nuestro, tenemos la obligación de ser singulares y simples, es decir, separados de la multitud y del montón de las cosas que nacen y mueren, enamorados de la eternidad y de la unidad.
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