SALMO 6
1. [v. 1] Para el fin. Entre los himnos de octava. Salmo de David. La expresión octavo uoctava nos parece un tanto confusa. El resto del título nos parece más comprensible. Algunos la han interpretado como el día del juicio, es decir, el tiempo de la parusía de nuestro Señor, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos. Se cree que esta parusía o llegada tendrá lugar en el plazo de siete mil años comenzando a contar desde Adán. Este lapso de siete mil años equivaldría a siete días, y a continuación vendría el lapso de tiempo equivalente al día octavo. Pero como el Señor dijo:No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha reservado a su autoridad; y el día y la hora nadie los sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solamente el Padre. Por otra parte, el pasaje bíblico donde se dice que el día del Señor se presentará como un ladrón, pone de relieve con suficiente claridad que a nadie le incumbe arrogarse el conocimiento de esa fecha en base a cualquier tipo de cómputos temporales. Porque si de hecho aquel día tuviera lugar a los siete mil años, todos los hombres contarían con la posibilidad de conocer esa venida. No tienen más que hacer un recuento de los años. Pero, en tal hipótesis, ¿dónde quedaría la afirmación del Señor de que ese extremo no lo conoce ni siquiera el Hijo? Este enunciado está hecho basándose en el hecho de que los hombres no se informan del acontecimiento por conducto del Hijo, no porque él lo desconozca, sino por atenerse a aquella expresión: Quiere el Señor Dios vuestro probaros para saber, es decir, para hacer que sepáis, y esta otra: Levántate, Señor, es decir haz que nos levantemos. Por consiguiente, si se afirma que el Hijo desconoce este día -no porque de hecho lo desconozca, sino porque hace que lo desconozcan aquellos a quienes no les incumbe conocerlo-, o sea, que no se lo manifiesta, ¿qué pretende ese tipo de conjeturas que no sé cómo calificar y que, basándose en cómputos de años, espera con seguridad matemática el día del Señor dentro de siete mil años?
2. En resumidas cuentas, como el Señor quiso mantenernos en la ignorancia sobre este punto, aceptémoslo de buena gana y analicemos el significado de este título expresado en las palabras sobrela octava o sobre el octavo. Naturalmente cabe la posibilidad, sin incurrir en cálculos temerarios, de interpretar este día octavo como día del juicio, teniendo en cuenta que, una vez que alcancen la vida eterna después del fin del mundo, las almas de los justos ya no estarán sujetas a lo temporal. Y puesto que el conjunto del tiempo va deslizándose dentro de la periodicidad de estos siete días, es posible que el día exento de tales vaivenes reciba la denominación de día octavo. Existen, además, otros motivos interpretativos, sin tener que recurrir al absurdo, que responden al por qué al día octavo se le llama día del juicio que tendrá su realización después de las dos generaciones: de la generación referente al cuerpo y de la generación referente al alma. Desde Adán hasta Moisés el hombre vivió según el cuerpo, es decir, según la carne. Este hombre recibe la calificación de hombre exterior y de hombre viejo. Fue el destinatario de la Antigua Alianza, a fin de que, mediante las prácticas religiosas aunque todavía carnales, fuera un signo previo de las prácticas espirituales del futuro. En todo este lapso de tiempo en que se vivía según el cuerpo, reinó la muerte, en expresión del Apóstol, incluso entre los que no habían pecado. Y reinó a semejanza de la transgresión de Adán, como el mismo Apóstol dice. La expresión hasta Moisés hay que interpretarla como sigue: hasta la aparición de las obras de la Ley, es decir, hasta la observancia carnal de aquellos misterios que, en virtud de cierto secreto, mantuvieron atados de pies y manos incluso a aquellos que estaban sometidos a un único Dios. Pero desde la venida del Señor, cuando se realizó el paso de la circuncisión de la carne, a la circuncisión del corazón, apareció la convocatoria que nos intimaba a vivir según el alma, es decir, según el hombre interior, también llamado hombre nuevo, en virtud o en base a la regeneración y a la renovación de sus prácticas espirituales. Por lo demás, resulta evidente que el número cuatro guarda conexión con el cuerpo debido a los cuatro famosos elementos de que consta y también debido a sus cuatro cualidades o características: seca, húmeda, cálida y fría. Por eso su gestión también se lleva a cabo en las cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Esto es de sobra conocido. Ya en otra parte se ha tratado con mayor agudeza del número cuatro referido al cuerpo, pero también con una mayor ambigüedad y oscuridad. En este sermón queremos evitar este extremo, ya que pretendemos adaptarlo incluso a los menos eruditos. Respecto al número tres, cabe la posibilidad de interpretarlo en conexión con el espíritu, basándonos para ello en la triple intimación al amor de Dios: con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente. Pero todo ello constituye tema propio del evangelio, no de los salmos. Ahora bien, por lo que respecta al testimonio del número tres relativo al espíritu, creo que con lo dicho basta por ahora. Así pues, una vez que hayan transcurrido los números del cuerpo relativos al hombre viejo y al Antiguo Testamento; transcurridos, asimismo, los números del espíritu relacionados con el hombre nuevo y con el Nuevo Testamento, y transcurrido el número siete -ya que cada uno de ellos tiene su desarrollo temporal: el cuatro en el cuerpo y el tres en el espíritu-. Se presentará el día octavo, día del juicio, que dará a cada uno según sus méritos y que transferirá a los santos no a las obras temporales, sino a la vida eterna, mientras condenará para siempre a los pecadores.
3. [v. 2] Alarmada por el temor a tal castigo, la Iglesia ora en este salmo: Señor, no me corrijas con ira. También el Apóstol la llama ira del juicio: Te estás almacenando ira para el día de la ira del justo juicio de Dios. Todos los que ansían la salud en esta vida rechazan verse escarmentados por la ira. No me corrijas en tu cólera. Corrijas, parece una forma más suave, pues tiene como objetivo la enmienda. El que es objeto de reproches y de acusación es de temer que tenga como paradero la perdición. Pero sabiendo, a nuestro entender, que la cólera tiene mayor intensidad que la ira, podemos ahora cuestionarnos por qué la corrección, más templada de suyo, se sitúa al lado de la cólera, naturalmente más dura. Personalmente soy de la opinión de que los dos vocablos significan una misma realidad. El griego thymós del verso primero es sinónimo de orgé en el verso segundo, y cuando los traductores latinos trataron de elegir dos palabras, buscaron un sinónimo de ira y pusieron cólera. De todos modos existen variantes en los diversos códices. En unos aparece en primer término ira y en segundo cólera. En otros ocurre a la inversa. Y hay algunos donde en vez de cólera aparece el vocablo indignación o amargura. Sea de ello lo que fuere, se trata de un movimiento psíquico que induce a provocar castigo. Pero este movimiento psíquico no cabe atribuírselo a Dios igual que lo achacamos a nuestro espíritu. De Dios se dice: Tú, Señor poderoso, juzgas con serenidad. Ahora bien, donde reina la serenidad no cabe convulsión alguna. Consiguientemente, en Dios juez no cabe alteración. Pero la alteración que se da en sus ministros, dado que está relacionada con sus leyes, se llama ira de Dios. Es precisamente en esta ira en la que no quiere verse reprochada el alma que ora en la actualidad. Tampoco quiere que la corrijan, es decir, que la enmienden o que la eduquen. El texto griego presenta la lectura paidéuses, eduques. En el día del juicio son objeto de reproche cuantos no han sentado el cimiento que es Cristo. Y son objeto de enmienda o rectificación cuantos, sobre este cimiento, levanten un edificio de madera, de barro o de paja. Todos ellos sufrirán daño o menoscabo. No obstante, saldrán con vida, pero como quien pasa a través del fuego. ¿Cuál es el objeto de la oración de esta persona, si no quiere que la ira de Dios la reproche o la enmiende? ¿Qué va a pedir sino la curación? Naturalmente. Donde hay una curación ya no existe ni miedo de morir, ni temor a una intervención quirúrgica a base de cauterio o bisturí.
4. [v. 3-4.] El salmista prosigue diciendo: Misericordia, Señor, que estoy enfermo; cúrame, Señor, porque mis huesos están dislocados, es decir, la estabilidad y vigor de mi alma. Tal es el sentido de la expresión mis huesos. A1 aludir a éstos, el alma dice que tiene dislocada su robustez. Pero esto no nos tiene por qué llevar a pensar en que el alma tenga huesos como los que vemos en el cuerpo. Por eso, para evitar la interpretación de estos huesos aplicada al cuerpo, a este planteamiento responde el texto que sigue: Mi alma está muy alterada. Y tú, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Quién al llegar a este pasaje no ve en él reflejada el alma que se debate en sus dolencias, cuando el médico ha alargado tanto el tratamiento que llega a la convicción de que el mal en que ha ido precipitándose reviste tanta gravedad? Lo que tiene fácil curación apenas si es motivo de desasosiego, pero cuando la curación entraña dificultades, el cuidado de la salud registra mayor esmero. Por consiguiente, no hay que considerar cruel a Dios cuando se le apostrofa: Y tú, Señor, ¿hasta cuando? Al revés, Dios es un buen pedagogo sobre los males del alma que se ha acarreado a sí misma. Esta alma no ha llegado todavía a una oración tan perfecta que se le pueda decir: Mientras aún estés hablando, yo responderé: aquí estoy. Simultáneamente el alma tiene que reconocer un hecho: si los que se convierten a Dios encuentran tantas dificultades, ¿cuánto mayor será el castigo dispuesto para los pecadores que no quieren convertirse? Exactamente lo mismo que se dice en otro pasaje: Si el justo a duras penas se salva, ¿qué va a ser del impío y del pecador?
5. [v. 5] Vuélvete, Señor, y liberta mi alma. En su actitud personal de retorno, ruega que también Dios se vuelva hacia ella, de acuerdo con el pasaje: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, dice el Señor. ¿O la expresión vuélvete, Señor, hay que interpretarla en el sentido de: haz que yo me vuelva? Súplica que tendría su explicación en la experiencia de las dificultades y fatigas que entraña la acción de retornar. Nuestra conversión total encuentra dispuesto al Señor, tal como lo expresa el profeta: Lo hallaremos dispuesto como la aurora mañanera. Nuestra pérdida de Dios no se debe a una ausencia suya, ya que está en todas partes. Ha sido obra nuestra al darle la espalda. Estaba en este mundo, dice Juan, y el mundo se hizo mediante Él, y el mundo no lo conoció. Si, pues, estaba en este mundo y el mundo no lo conoció, es debido a que nuestra impureza no tolera contemplarle a él. Y en nuestra operación de retorno, es decir, mientras remodelamos nuestro espíritu cambiando nuestro antiguo modo de vivir, sentimos en nuestra propia carne lo duro y laborioso queresulta replegarse desde la noche cerrada de los apetitos terrenales hasta la serenidad y tranquilidad de la luz divina. En tal coyuntura decimos: Vuélvete, Señor. Es decir, ayúdanos para que nuestro retorno sea completo, te halle dispuesto y te muestres como objeto de fruición de quienes te aman. Por eso, después de decir vuélvete, Señor, añadió: Y libera mi alma. Como si estuviera estancada entre las vacilaciones y titubeos de este mundo. Como si en esta operación de retorno se viera obligada a aguantar las punzaduras de deseos desgarradores. Sálvame, por tu misericordia. Comprende que la sanación no es algo imputable a sus propios méritos, ya que en realidad el pecador y el transgresor de un precepto estipulado eran acreedores de un justo castigo. Sáname, pues, dice, no en atención a mis méritos, sino por tu misericordia.
6. [v. 6] Porque en el reino de la muerte no hay nadie que se acuerde de ti. Deduce, asimismo, que la conversión o retorno es tarde ahora, porque, una vez que pase esta vida, lo único que resta es la retribución según los méritos. Y en el infierno, ¿quién te confesará? Lo confesó en el infierno aquel ricachón de que habla el Señor, que vio a Lázaro en medio del solaz mientras él sufría rodeado de tormentos. Y su confesión llegó hasta el colmo de pretender alertar a sus familiares de que se abstuvieran de pecar en evitación del castigo del abismo infierno cuya existencia ponían en tela de juicio. Y aunque su confesión fue un rasgo completamente inútil, al pretender prevenir a sus parientes para que no se precipitaran en aquellos tormentos, proclamó de manera inequívoca que era acreedor de ellos. ¿Qué significa, pues, el pasaje: en el infierno, ¿quién te confesará? ¿Quiso que se entendiera por infierno el lugar donde se precipitarán los impíos después del juicio y donde, debido a las tinieblas más intensas, no verán ni un resquicio de la luz de Dios como para confesarle lo más mínimo. Respecto a este personaje, simplemente con levantar los ojos, pudo contemplar a Lázaro instalado en el descanso, aunque los separaba un abismo inmenso. Cotejando su persona con la propia, se vio precisado a confesar los méritos del otro. También cabe otra interpretación. Puede denominar muerte al pecado cometido por desprecio de la ley divina, hasta el punto de llamar muerte al aguijón de la muerte precisamente porque acarrea la muerte. En efecto, el pecado es el aguijón de la muerte. En esta muerte el desprecio de la ley y de los mandamientos de Dios equivale al olvido personal que tenemos de Dios. De este modo llamaría infierno a la ceguera de espíritu que se apodera y termina por cercar al que peca, es decir, al que muere. Como además, en expresión del Apóstol, no mostraron conocer a Dios, Dios los entregó a un modo de pensar reprobable. Lo que el alma suplica es que 1e den garantías ante esta muerte y ante este infierno,al tiempo que se afana por volvera Dios y tropieza con dificultades.
7. [v. 7]. En contexto con lo anterior, prosigue: Me he agotado de tanto gemir. Y viendo el poco provecho que esto le ha reportado, añade: Noche tras noche lavaré mi lecho. Llama lecho al lugar donde descansa el espíritu débil y desmejorado. Es decir, está recostado en el placer corporal y en todos los deleites mundanos. Todo este tipo de placeres los lava con lágrimas quien intenta zafarse de ellos. Por un lado, ve que ya desaprueba los apetitos de la carne, mientras que, por otro, su debilidad es fácil presa del placer, y en el placer se halla a gusto. Si no se halla curado, el espíritu no puede levantarse de este lecho. La expresión noche tras noche quizá quiso interpretarla como sigue: quien goza de disponibilidad de espíritu percibe una pequeña lucecita de la verdad. No obstante, debido a la debilidad de la carne, se apoltrona de vez en cuando en los placeres de este mundo. En cierto modo se ve como forzado a soportar días y noches, con alternativas de sentimientos encontrados. Tal ocurre cuando dice: Con la mente sirvo a la ley de Dios. Entonces barrunta el día. Por el contrario, cuando dice: mas con mi carne estoy sujeto a la ley del pecado, se escora hacia la noche, hasta que ésta pase en su totalidad y apunte el único día del que se dice: Por la mañana me presentaré delante de ti y veré. Sólo entonces hará acto de presencia. Ahora está acostado mientras se encuentra en el lecho, que lavará noche tras noche para, con tanta abundancia de lágrimas, recabar una medicina enérgica y operativa procedente de la misericordia de Dios. Regaré con lágrimas mi cama. Es una reiteración. Al decir con lágrima subraya la expresión anterior, lavaré. La expresión actual lecho es sinónimo de la anterior, cama. Aunque, bien miradas las cosas, regarétiene un sentido más profundo que lavaré, porque el lavado puede suponer una operación periférica o superficial, mientras que el riego es algo que cala profundamente. Riego es la traducción adecuada de ese llanto que penetra hasta las intimidades del corazón. La alternancia temporal, que emplea pretérito al decir: me agoté de tanto gemir, para pasar al futuro en las expresiones: lavaré noche tras noche mi lecho, y regaré con lágrimas mi cama, patentiza las sugerencias que debe hacerse todo aquél que en sus gemidos no ve más que actitud frustrante. Es algo así como si dijera: nada he adelantado con tales prácticas; por tanto voy a hace otra cosa.
8. [v. 8] Tengo mi ojo irritado por la ira. ¿Se trata de una irritación personal que le lleva a pedir que no se le corrija ni se le reproche nada, o se trata de la ira de Dios? Si se trata de la ira de Dios, simbolizada en el día del juicio, ¿cómo cabe entenderla referida al presente? ¿Acaso es una incoación de la ira de Dios el que los hombres padezcan en la actualidad dolores y sufrimientos y, lo que es peor, el trastorno en la comprensión de la verdad, como ya apunté al aducir el texto: Dios los entregó a un modo de pensar reprobable? En efecto, se trata de una ceguera mental. Quien se ve abandonado a ella, queda excluido de la luz interior de Dios. Pero no se trata de una exclusión radical mientras el hombre está con vida. Hay unas tinieblas exteriores que preferentemente se interpretan aplicadas al día del juicio. Se halla radicalmente fuera de Dios todo el que se niega a corregirse mientras cuenta con tiempo para ello. ¿Y qué es estar radicalmente fuera de Dios sino estar instalado en la ceguera absoluta? La realidad es ésta, puesto que Dios mora en una luz inaccesible donde tienen acceso los destinatarios de la invitación: entra en el gozo de tu Señor. Según esto, la incoación de esta ira es la que experimentan todos y cada uno de los pecadores. Ante el temor al día del juicio sufren y se lamentan para no verse abocados a aquel extremo de cuyos inicios ya tienen una experiencia actual bastante funesta. Por eso no dijo: Mi ojo se ha apagado, sino mi ojo se ha irritado por la ira. Nada tiene de extraño que diga que su ojo está irritado por la ira. Quizá haya tomado pie de este pasaje la expresión: Que la puesta del sol no os sorprenda en vuestra ira. Dentro de si misma, la mente considera ese sol interior, que es la Sabiduría de Dios, como un sol ya puesto. La misma irritación de su ojo no le permite verlo.
9. He envejecido entre todos mis enemigos. Hasta ahora sólo había hablado de la ira, en el supuesto de que se refiera a la ira personal. Pero una vez que contempló el resto de los vicios, vio que todos le habían puesto asedio. Al ser estos vicios propios de la vida vieja y del hombre viejo, del que tenemos que despojarnos para vestirnos del nuevo, la expresión he envejecido resulta exacta. Al decir entre todos mis enemigos puede referirse bien a los vicios mismos, bien a los hombres que no quieren convertirse a Dios. Estos, en efecto, aun sin saberlo, aun perdonando, aun asistiendo a los mismos banquetes, viviendo en la misma casa y en la misma ciudad sin que medie ningún tipo de pleitos, aun disfrutando de la conversación y de la charla habitual en una especie de concordia, son enemigos de los que se convierten a Dios, ya que sus objetivos son contrarios. Los unos, al amar el mundo y al írseles los ojos tras él, y los otros, al ansiar liberarse de este mundo, son enemigos entre si. ¿Quién no ve esto? Estos enemigos, si les es posible, arrastran a los buenos al castigo. Ya es un gran don desenvolverse a diario entre sus conversaciones y no salirse del camino de los mandamientos de Dios. Pues ocurre con frecuencia que el alma que se embarca en la aventura de ir a Dios tiembla estremecida cuando va de camino. Y con relativa frecuencia no realiza su buen propósito precisamente para no provocar a aquéllos con quienes convive, ya que éstos aman y persiguen los bienes perecederos y transitorios. Toda persona sana se aparta de estos últimos no con distancia local, sino espiritual y afectiva.Efectivamente, los cuerpos ocupan lugar, pero el lugar del espíritu es su propia querencia.
10. [v. 9] Por todo lo cual, tras el agotamiento, los gemido y la asidua periodicidad de las lágrimas -dado que no puede ser inútil lo que constituye el ruego apasionado ante el que es fuente de todas las misericordias-, se ha dicho con toda propiedad: El Señor está cerca de quienes tienen atribulado su corazón. Al dar a entender que el alma piadosa ha sido escuchada después de pasar por dificultades tan grandes -realidad perfectamente aplicable también a la Iglesia-, mira lo que añade: Apartaos de mi todos los obradores de maldad, porque el Señor ha escuchado la voz de mi llanto. Una de dos: o se trata de una expresión profética basada en el hecho del distanciamiento de impíos y justos en el día del juicio, o se trata de algo actual. Porque, aunque unos y otros estén englobados en idénticos grupitos, en la era se hallan ya los granos bien limpios y separados de la paja, aunque se mantengan ocultos entre ella. Podrán vivir juntos, pero el viento no los aventará juntos.
11. [v. 10] Porque el Señor ha escuchado la voz de mi llanto. El Señor ha escuchado mi súplica, el Señor ha acogido mi oración. La repetición periódica de una misma expresión muestra los sentimientos del que está gozoso, no una especie de necesidad del expositor. Ese es el modo de hablar de la gente satisfecha: no les basta expresar su alegría una sola vez. Tal es el fruto de aquel gemido agotador y de aquellas lágrimas con que se lava el lecho y se riega la cama, porque los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares, y dichosos los que lloran porque ellos serán consolados.
12. [v. 11] Que se avergüencen y llenen de turbación todos mis enemigos. Hace poco dijo: Apartaos de mí, y esto puede ocurrir en esta vida, como quedó expuesto. En cuanto al pasaje que se avergüencen y llenen de turbación, no acabo de ver su realización más que dentro del marco del día en que se harán públicos los premios de los justos y los suplicios de los pecadores. Porque lo que es ahora, los impíos no sólo no se avergüenzan, sino que no cesan de denigrarnos. Y con frecuencia sus insultos tienen tanta eficacia que consiguen que los débiles se avergüencen del nombre de Cristo. Pero viene muy a cuento el pasaje: Quien se avergüence de mí delante de los hombres, yo me avergonzaré de él delante de mi Padre. A mayor abundamiento, es víctima de la mordacidad de los impíos todo el que desee llevar a la práctica aquellos mandatos de repartir las riquezas; dar limosna a los pobres, para que su justicia dure por siempre, y, después de vender todas sus posesiones de la tierra y de darlas a los pobres, quiera seguir a Cristo, diciendo: Nada trajimos a este mundo, y nada podremos llevarnos, así que teniendo qué comer y con qué vestirnos, démonos por contentos. Los que se niegan a curarse le tildan a uno de anormal y desequilibrado. Y ocurre con frecuencia que, para evitar que la gente sin esperanza y desahuciada le califique de este modo, llega a vacilar en el cumplimiento o deja para más adelante las recetas del médico más fiable y eficiente. Por tanto, no pueden avergonzarse aquellos por cuyo medio no deseamos avergonzarnos nosotros, como es de esperar, ni demos marcha atrás, ni se nos pongan obstáculos o rémoras. Pero llegará el momento en que sean ellos los que se avergüencen, repitiendo aquello de la Escritura:Estos son aquellos de quienes un día nos reíamos y les convertimos en objeto de escarnio. Nosotros, insensatos, tuvimos su vida por locura, y considerábamos su muerte como una deshonra. ¿Cómo es que ahora se cuentan entre los hijos de Dios y comparten su herencia con los santos? Luego nos extraviamos del camino de la verdad, y la luz de la justicia no nos alumbró, y el sol no salió para nosotros. Nos hartamos del camino de la maldad y de la perdición, recorrimos soledades intransitables, pero no reconocimos el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué nos ha aportado el jactarnos de nuestras riquezas? Todo aquello pasó como una sombra.
13. En cuanto al pasaje: Que retornen y queden confundidos, ¿quién no pensará que todos cuantos no quisieron retornar a la salud reciben como castigo justísimo un retorno a la confusión? Acto seguido añadió: Con suma celeridad. Cuando el día del juicio comience a privarles de toda esperanza y cuando estén diciendo "hay paz", entonces, de improviso, les caerá encima el exterminio. Venga cuando viniere, vendrá de repente lo que se desconfiaba que iba a venir. Sólo la esperanza de vivir hará que apreciemos la longitud de la vida. De hecho, nada nos parece más fugaz que cualquiera de los momentos vitales ya pasados. Según eso, cuando llegue el día del juicio podrán observar los pecadores que no es larga la vida que pasa. Y en términos absolutos, no cabe que piensen que ha llegado tarde lo que ha llegado sin que ellos personalmente lo hayan deseado y, menos aún, creído. También cabe otra interpretación. Puesto que Dios prestó oídos al alma en medio de sus gemidos y de su llanto prolongado, se interprete su propia liberación de los pecados, el dominio de todos los movimientos pervertidos de la inclinación carnal, a tenor de lo que dice: Apartaos de mí todos los obradores de maldad, porque Dios ha escuchado la voz de mi llanto. Cuando esto suceda, no tendrá nada de extraño, habida cuenta de su grado personal de perfección, que rece por los enemigos. De acuerdo con esto, el pasaje que retornen y queden confundidos todos mis enemigos se puede interpretar así: que hagan penitencia de sus pecados, cosa que no es posible sin que se siga desasosiego y la alteración. No existe, pues, inconveniente alguno en interpretar el pasaje que retornen y se avergüencen en el sentido de que se conviertan a Dios y se avergüencen de que en otro tiempo hicieron alarde de sus pasadas tinieblas de pecados, tal como lo expresa el Apóstol: ¿Qué gloria obtuvisteis entonces de aquello que ahora os causa rubor? En cuanto a la expresión final, con suma celeridad, hay que relacionarla o bien con los sentimientos del que suplica, o bien con el poder de Cristo que, con una carrera temporal tan vertiginosa, convirtió a los gentiles que, por defender a sus ídolos, perseguían a la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario